
En España pudimos disfrutar de la serie alrededor de la hora de comer gracias a Antena 3, que dio a conocer a Urkel a los niños y adolescentes, sobre todo, que cada día la veían de lunes a viernes. La apariencia y las míticas frases que este personaje vocalizaba eran un reclamo para la risa fácil. Steve era el prototipo de chico empollón al que le apasionaba el mundo de las ciencias. Portaba unas gafas de dimensiones espectaculares y unos tirantes que serían la delicia de cualquier persona dispuesta a hacer el ridículo sin reparar en el qué dirán.
Los nueve años de emisión de la serie nos permitió conocer las disparatadas historias que le ocurrían a la familia Winslow, la cual se componía de Carl, el padre de familia y un orondo agente de policía; Harriette, la mujer de Carl cuyo papel en la serie es bastante secundario; Eddie, el mayor de los hijos de Carl y Harriette, no le gusta estudiar pero le encantan los deportes y salir con chicas (de estos personajes las series norteamericanas están llenos); Laura, la hija aplicada en los estudios de la que Steve está locamente enamorado, por supuesto ella no; Judy, la hija menor de los Winslow, su caso es curioso porque desapareció de repente en la quinta temporada y nadie supo nada más sobre ella; Estelle, madre de Carl, la típica señora mayor irónica de todas las series que le gusta hacer comentarios buscando el chiste fácil.
No voy a negar que no siguiera la serie, porque la seguía con mucha asiduidad. Pero si hay algo que me molestara de una manera que sobrepasaba los límites insospechados eran las risas enlatadas. Es que eran molestas hasta el punto en que en ocasiones no te dejaban escuchar los diálogos. Eran estridentes y me ponían de los nervios. Doy gracias a quien haya erradicado esta lacra de las producciones actuales. Sólo nos falta por acabar con los falsos aplausos del concurso de la 2 Saber y Ganar.
La series es visible, pero sin más. Se deja ver.
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